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sábado, 1 de diciembre de 2012

Zampetti, Pier Luigi


Uboldo (Varese), Italia, 29 de marzo de 1927. Doctorado en Filosofía y Jurisprudencia, hizo estudios de perfeccionamiento en Alemania, en las universidades de Friburgo y Bonn. Fue profesor titular de Teoría del Estado en la Universidad de Trieste, donde dirigió la Facultad de Ciencia Política. Promovió la fundación de la Asociación Italiana de Teoría del Estado y organizó los primeros congresos nacionales que se llevaron a cabo en Italia sobre temas de esta especialidad. En 1981 fue elegido miembro del Consejo Superior de la Magistratura, donde actuó como presidente de la Comisión Especial para la Reforma Judicial y Administración de la Justicia. Fue profesor titular en la Universidad de Génova hasta su muerte el 1 de noviembre de 2003.

Zampetti es autor de gran cantidad de libros, ensayos y artículos que han sido publicados en varios idiomas. Toda su obra está dedicada a la construcción de un modelo participativo que intenta dar una explicación integral del hombre, la sociedad y el Estado. El eje de ese modelo es el concepto de Democracia participativa. Delineado en etapas sucesivas, refleja la evolución intelectual del autor, que recorrió el universo jurídico y el político institucional hasta llegar al ético-social. Así, la democracia participativa no es un concepto político sino un término abarcativo de las dimensiones económicas, políticas, sociales y espirituales de la vida del hombre. El objetivo final es la creación de un nuevo sistema que permita a la persona desarrollar todas sus potencialidades en un clima de libertad y de valores morales.
La noción de persona humana –núcleo vital de la teoría participativa– comienza a ser analizada en sus primeros trabajos sobre Filosofía del Derecho, cuando aún estaba absorbido por la problemática jurídico-política. Siguiendo a santo Tomás, sostiene que la persona es un ser dotado de autoconciencia y de autodominio.
Como humanista, Zampetti observa con preocupación la estructura organizativa del Estado moderno que aprisiona al ser humano e impide su desarrollo integral. Esta idea es el punto de arranque a partir del cual elabora su crítica al sistema representativo. La representación –concepto ideado en el siglo xviii para superar la crisis del Absolutismo– consiste en delegar en otros el ejercicio del poder. Los derechos políticos de los hombres se agotan en el ejercicio del voto, o sea en la elección de los candidatos. Por lo tanto el sistema representativo no constituye para Zampetti una verdadera democracia. En esto coincide con Rousseau: el régimen democrático conlleva una relación estrecha entre electores y elegidos. La soberanía no puede ser representada porque no puede ser enajenada: se da o no se da. La soberanía popular y la representación se excluyen mutuamente. La transformación de la voluntad popular en voluntad del Estado sólo es posible en un nuevo sistema: el participativo, el único al que considera verdaderamente democrático.
La voluntad popular sólo puede ser formada por representantes y representados conjuntamente. Constituye el inicio de una nueva manera de gestión del poder. En el sistema participativo el representante adquiere una nueva función: actuar de común acuerdo con el pueblo, del que más que representante es exponente.
La democracia participativa otorga una nueva forma al concepto de representación. Los representantes, una vez elegidos, tienen que ejercer su mandato con el consenso de los electores. La democracia participativa no es la sustitución sino la ampliación de la democracia representativa, mediante la estructuración de un régimen mixto.
Zampetti no quiere construir una utopía. Para ello diseña un Estado en el que puede concretarse la participación de todos en el poder: el Estado participativo. Prescribe la creación de instituciones que permitan la participación de las distintas categorías productivas –los agricultores, los obreros, los estudiantes, los profesionales, entre otros– en el proceso de toma de decisiones.
Propone entonces fundar una nueva cámara, la "Cámara de la Programación", en lugar del Senado, donde se concentren los exponentes de los grupos más significativos del país. La función más importante de este nuevo órgano consistiría en superar los intereses sectoriales a través de un plan programado de la producción, de los bienes, los consumos y los servicios, conformado a la luz de una visión global de la sociedad. Mientras en la Primera Cámara o Cámara de Diputados se consolidaría el respeto por los individuos en cuanto personas –el momento de las garantías– en la Segunda Cámara o Cámara de la Programación se realizaría la acción concreta: el momento participativo. El gobierno debería estar conformado por miembros de las dos. En un sistema parlamentario esto significa que los ministros de Defensa, de Interior, de Justicia y de Relaciones Exteriores deben ser elegidos en la Primera Cámara, mientras que todos aquellos que manejan temas sectoriales –Economía, Educación, Agricultura, entre otros– deben ser seleccionados por la Segunda Cámara.
Este Estado no puede basarse sobre el sistema de partidos políticos tradicionales. Zampetti propicia la creación de un nuevo tipo de partido: el partido de electores, que debería sustituir al viejo partido de afiliados, de fuertes tendencias oligárquicas. El nuevo partido posibilitaría que todos los electores, y no solamente una élite, tuvieran derecho a la elección de los candidatos y al ejercicio del poder. El nuevo tipo de partido político constituiría una verdadera "correa de transmisión" de la voluntad popular en voluntad del Estado.
El nuevo estado sería liberal y democrático. Liberal, al conservar en su seno instituciones del sistema representativo, y democrático al permitir la participación de todos en el ejercicio del poder. Zampetti sintetiza los elementos fundamentales del nuevo Estado de este modo: "Sociedad sin clases, derecho al trabajo como derecho político, gobierno del pueblo".
Este programa requiere una modificación de las relaciones entre política y economía que prevalecían con anterioridad. La intervención del Estado en la economía, como consecuencia de la aplicación de las fórmulas keynesianas a partir de la crisis de 1930, llevó a que asumiera el deber de redistribuir la renta y de asignar recursos a través del gasto público. Esto posibilitó el surgimiento de un Estado asistencial y una sociedad de consumo, la que actualmente se encuentra en crisis en la mayoría de los países industrializados del mundo.
En cambio la sociedad que sustenta al Estado Participativo es una sociedad participativa, a la que Zampetti prefiere llamar posconsumista en lugar de la postindustrial de Bell y Touraine. La sociedad participativa privilegia el trabajo sobre el consumo. El derecho al trabajo como derecho político permite el surgimiento de una nueva figura: el trabajador políticamente activo.
La sociedad participativa no está basada en las clases sociales sino en los roles sociales, esto es, en las actividades que realizan los hombres en el proceso productivo. Se expresa en una economía participativa o en un capitalismo popular, porque el capital humano tiene prioridad respecto del financiero y la producción es anterior al consumo. Este autor cita como ejemplo del nuevo capitalismo a la transferencia de empresas públicas que se realizó en Inglaterra.
La sociedad disecada por Zampetti privilegia la educación, pues allí el hombre no es solamente propietario de su fuerza de trabajo sino también de sus habilidades y aptitudes.
La concepción filosófica que envuelve al nuevo orden de la sociedad es el espiritualismo histórico, la verdadera filosofía de la participación. Intenta ser una opción válida frente a los materialismos que predominan en el siglo xx: el hedonista, propio de la sociedad capitalista, y el histórico, típico del socialismo. Tanto uno como otro han contribuido a transformar al hombre en un esclavo, en un verdadero objeto de las decisiones de otros. El espiritualismo histórico, en cambio, hace al hombre constructor de la sociedad y del Estado. Espíritu es sinónimo de libertad, y esta nueva filosofía es expresión de una sociedad y un Estado de hombres libres en la medida en que pueden dominar sus propios actos.
En sus últimas obras, este autor abandona el criterio primordialmente jurídico-político con el que había edificado su modelo, para ahondar en los fundamentos filosóficos del mismo. Así entiende que la participación posibilita al hombre ser el principio y el núcleo motor de la historia. El hombre que participa tiene conciencia del rol que ejerce en la historia personal, social y política.
   Zampetti afirma la existencia de estrechas correlaciones entre participación y cristianismo, considerando a la sociedad participativa como profundamente cristiana. Solamente un hombre sumergido en ese universo de valores puede colaborar en la superación de la crisis que afecta a todo Occidente. Zampetti es optimista respecto de las posibilidades del hombre para salvar al mundo de la catástrofe que se avecina con el siglo xxi. Cita los casos de los trabajadores de Polonia, reunidos para fundar Solidarnosc, y de los obreros italianos en 1980, desafiando el centralismo sindical, como ejemplos demostrativos de que la participación de todos en el ejercicio del poder puede contribuir a la construcción de un sistema más justo.
En síntesis, el modelo diseñado por Zampetti recupera al hombre como persona humana en los valores del cristianismo, permitiendo que todos se relacionen entre sí en una sociedad de roles que posibilita la participación en las decisiones económicas, políticas y sociales a través de los canales abiertos en el Estado Participativo. Con los alcances de su propuesta, Zampetti cree haber respondido al desafío lanzado por Juan Pablo II en la Redemptor Hominis: al desorden moral que emerge de la situación mundial, hace falta oponer soluciones audaces y creativas conformes a la auténtica dignidad del Hombre.



Bibliografía:

Il problema della conoscenza giuridica, 1953. 
Metafisica e scienza del diritto nel Kelsen, 1956.
Il problema della giustizia nel protestantismo tedesco contemporaneo, 1962. 
Dallo Stato liberale allo Stato dei partiti, 1965 (trad. esp., Del Estado liberal al Estado de partidos, 1969). 
Il finalismo nel diritto, 1969.
Democrazia e potere dei partiti, 1969 (trad. esp., Democracia y poder de los partidos. El nuevo régimen político, 1970). 
La partecipazione popolare al potere. Una nuova alternativa al Capitalismo e al Socialismo, 1976 (trad. esp., La participación popular en el poder, 1977). 
La società partecipativa, 1981.
L'Uomo e il lavoro nella nuova società, 1984.
Vangelo di mia mamma, 1985 (trad. esp., El Evangelio de mi madre, 1988). 
La sfida del duemila. L'Uomo puó salvare il mondo della catastrofe?, 1988.
Profezia di Fatima e il crollo del comunismo, 1990 (trad. esp., La profecía de Fátima y el derrumbamiento del comunismo, 1992).

La società partecipativa. L’idea che ha fatto crollare il comunismo e che farà crollare il consumismo, 1994.                                      
La democrazia partecipativa e il rinnovamento delle istituzioni, 1995.
La sovranità della famiglia e lo Stato delle autonomie. Un nuovo modello di sviluppo, 1996.
Partecipazione e democrazia completa. La nuova vera via, 2002.
La dottrina sociale della chiesa. Per la salvezza dell’uomo e del pianeta, 2003.

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