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viernes, 23 de noviembre de 2012

Ricoeur, Paul


 
Valence, Francia, 27 de febrero de 1913. Se licencia en filosofía en 1933 y enseña en Colmar. Durante la guerra es oficial del ejército francés, cayendo prisionero hasta la terminación del conflicto. Lee y estudia a Jaspers y Husserl, traduciendo y difundiendo a este último en Francia. Ocupa, luego de Jean Hyppolite, la cátedra de Introducción a la Filosofía en Estrasburgo, y desde 1956 sucede a Bayer en la cátedra de Filosofía General en la Sorbona. Enseña en Nanterre desde 1966 hasta 1970. Enseñó en las universidades de la Sorbona, Lovaina y Chicago, hasta su muerte ocurrida en Chatenay-Malabry el 20 de mayo de 2005.

La extensa obra de Paul Ricoeur como filósofo y teólogo ha obtenido el reconocimiento internacional, destacándose sobre todo su aporte, dentro de la corriente fenomenológica, en el ámbito de la hermenéutica contemporánea, disciplina que adquiere rango filosófico con Schleiermacher y Dilthey, asumiendo el carácter de teoría de las operaciones de la comprensión en relación con la interpretación de los textos. Ricoeur sitúa el objeto central de toda hermenéutica en el problema del doble sentido, o del sentido múltiple (Cfr. Le conflit des interprétations) que tiene su paradigma en la construcción verbal simbólica. Ésta, no por una analogía racional entre los términos, sino a partir de una asimilación interior, participativa, experimentada, proporciona un surcroît, un exceso o desborde del significado, generando por sobreabundancia significaciones secundarias.
         En el símbolo existe siempre un núcleo metafórico que le confiere la operatividad semántica propia de la metáfora, definida como un fenómeno de predicación (no ya de simple sustitución o denominación) que provoca el choque entre las posibles interpretaciones de un enunciado (Cfr. La metáfora viva). Ante el aparente absurdo se produce una torsión o giro de sentido del que emerge por primera vez un parentesco, una semejanza inédita entre campos aparentemente incompatibles: esto es, “una innovación semántica que no tiene estatuto en el lenguaje establecido” e implica información nueva, apertura del campo del conocimiento, y por tanto hace intraducible a la metáfora en los términos conceptuales comunes. Desde su núcleo metafórico el símbolo funciona también como un modelo, construye una ficción heurística capaz de redescribir lo real por la tensión predicativa de la cópula que indica a la vez el ser y el no ser, es decir el “ser como”, el ser analógico y equívoco de la realidad. El poder modelador del núcleo metafórico emerge, cuando tiene verdadera eficacia y no ingenio efímero, de la experiencia simbólica, de aquella condición del símbolo que no es lingüística sino prelingüística. A diferencia de la mera metáfora retórica, el símbolo es “una metáfora ‘ligada’ en virtud de su arraigo en un suelo prelingüístico cuya identificación pertenece a disciplinas no retóricas”. Este sustrato de lo simbólico se alimenta en la experiencia de lo numinoso, profundamente vinculada al Cosmos, en el campo de tensiones de la libido, que resiste toda reducción a procesos exclusivamente lingüísticos, en la vivencia poética-relación carnal con el mundo que adhiere el lenguaje a “lo que hay que decir”.
         La función metafórico-simbólica, afirma Ricoeur, puede ser extendida a toda narración. La intriga actuaría como equivalente de la innovación semántica propia de la metáfora cuando reúne acontecimientos dispersos y aún discordantes en el hilo de una historia, así como la metáfora vincula, en unidad tensional, campos semánticos antes alejados. La intriga conecta también lo episódico (sucesión abierta y potencialmente infinita) y lo configurante (la proposición de un teleología interna y de un principio de clausura); allega la circunstancia y la intención, las metas y los medios.
         Como la metáfora viva o el símbolo, el relato posee también una capacidad heurística. Hay una conexión profunda entre relato y vida, entre el relato y el sujeto, por la cual la narración se convierte en modelo interpretante de la realidad vivida (cosa muy distinta de la mera compilación de accidentes biográficos). El sentido de un texto, por el contrario, emerge de la interacción entre el mundo del texto y el mundo del lector. El texto ofrece a éste un vasto panorama de posibilidades de existencia, de variaciones imaginativas donde el ego puede insertarse y comprenderse en una dimensión más amplia que la del clausurado “yo” narcisista. Se construye así una identidad narrativa que Ricoeur denomina ipseidad y que escapa al dilema del Mismo y del Otro, en la medida en que no se trata de una identidad sustancial o formal sino de una estructura dinámica que incluye el cambio, la mutabilidad, en la cohesión de una vida. Identidad que se aplica tanto a la comunidad como al individuo, vida examinada, depurada y clarificada por los efectos catárticos de los relatos históricos y ficticios que vehicula la cultura y que a la vez expresan y modelan el carácter individual y colectivo. A la ambición del pensamiento de operar una totalización de la historia enteramente permeable a la luz del concepto y recapitulada en el entorno presente del saber absoluto, la poética del relato opone también la idea de una mediación imperfecta entre las tres dimensiones de la expectativa, la tradición y la fuerza del presente. Por otra parte, el relato se tensa al extremo, forzando sus límites ante el misterio –la “inescrutabilidad”– del tiempo y el complejo vínculo del tiempo vivido humano con la eternidad. Las experiencias descritas por la ficción exploran aquí otras fronteras: los confines entre la fábula y el mito, entre el relato y la lírica. Bajo la égida del artista y el Tiempo –apunta Ricoeur–, se conjugan “la potencia de redescripción desplegada por el discurso lírico y la potencia mimetica impartida al discurso narrativo” (Cfr. Tiempo y narración).
         La estructura simbólica de la acción humana en el seno de la vida social no sólo es articulada desde la ficción y la historiografía (discursos que se entrecruzan y realimentan mutuamente en el nudo de la figura, del “ver como”...), sino también desde las formaciones correlativas ideológicas y utópicas, que Ricoeur ya no considera como rígidamente opuestas a las nociones de “ciencia” y de “realidad”, en tanto que no existe posibilidad de llegar a un estrato no ideológico de lo real, o asépticamente desgajado de la proyección utópica que aspira a modificar el orden existente. La visión –siempre interpretativa– de esa lábil realidad se construye antes bien en el juego recíproco de la ideología que intenta legitimar en su identidad e integridad las personas y los grupos, y la utopía lanzada hacia la exploración de lo posible, insatisfecha con el orden constituido. (Cfr. Ideología y utopía).
         En cuanto al mito, matriz de todos los relatos, función de segundo grado de los símbolos primarios que les agrega un nuevo estadio de significación, ocupa un lugar preponderante en el pensamiento ricoeuriano, que lo liga estrechamente con la ficción. El corazón semántico del mundo mítico es, para el filósofo, el problema del Mal (Cfr. Finitud y culpabilidad), motor oculto o manifiesto de todo drama mítico cuyo impulso básico (y en este proceso sanar, restañar) la herida, la falla, la ruptura por la que el ser humano ha accedido a su menesterosa condición presente. También es el Mal en última instancia el propulsor de todo relato ficcional, que parte del problema, de la carencia, del conflicto que será comprendido y quizá remediado en su decurso.
         Una vez situado el objeto fundamental del hermeneuta –el texto simbólico–, es necesario determinar las vías para su asedio. Ricoeur se ha confrontado en su periplo con otros caminos de lectura: el psicoanálisis freudiano y el estructuralismo, el método histórico-crítico de la exégesis y la fenomenología, la dialéctica marxista. Ante estas posibilidades asume una actitud que sin dejar de ser agudamente crítica y analítica, propone la incorporación a su propia lectura de las perspectivas complementarias aportadas por cada método, en un movimiento envolvente que denomina “convergencia de las hermenéuticas” (Cfr. Le conflit des interprétations).
         El proceso de generación y recepción de los textos, la función del sujeto como autor y como lector, reciben dentro del marco teórico ricoeuriano una atención especial y clarificadora. Su hermenéutica supone en principio una depuración de los resabios de psicologismo e historicismo subsistentes en la concepción romántica del creador. Autor y lector existen ciertamente como sujetos, pero mediatizados por diversos niveles de distanciación. Así, el lenguaje como acontecimiento se distancia en lo dicho que le sobrevivirá; a su vez, el discurso como significación es objetivable en una obra estructurada, cuya independencia de la intención originaria del autor y de la situación primera del discurso se fortalece por su plasmación en escritura. La obra así concebida se define como mundo, imagen simbólica de la existencia humana que lanza su poder referencial delante del texto, como ser desplegado en múltiples posibilidades donde el lector puede hallarse a sí mismo, poniendo en suspenso la estructura inmediata de su cotidianidad, sus máscaras personales y limitadoras, para refugiarse en las “variaciones imaginativas del ego”.
         Ante el problema de la multiplicidad de las interpretaciones y la sobreabundancia de los sentidos, se plantea el problema de la verdad del texto. Para Ricoeur no se trata ya de verdad una e inmóvil, sino de un proceso, una tarea social incesante, desarrollada progresivamente en el marco del perspectivismo y el arbitraje de las hermenéuticas. La verdad de un texto radicaría pues en la “desocultación” de las “proposiciones de mundo” que a cada lector se le revelan como “proposiciones de existencia” y que pueden ser indagadas, comprendidas, explicadas, desde distintas vertientes de pensamiento. Esta verdad no se resuelve en lo arbitrario. Ricoeur señala con Hirsch que si bien no hay métodos para hacer conjeturas adecuadas acerca del significado de un texto, los hay en cambio para validar las conjeturas que se hagan. Dicha validación se aproxima más a la lógica de la probabilidad que a la de la verificación empírica, pero proporciona un tipo de saber, también científico en su campo y adecuado a su objeto: el texto plurívoco considerado como un todo, abierto a diversas lecturas e interpretaciones. El hermeneuta utilizará en su lectura los índices que el texto mismo le proporciona. Un índice cumple funciones orientadoras y restrictivas, “excluye las construcciones no convenientes y deja pasar las que dan más sentido a las mismas palabras”. La construcción interpretativa más probable es la que por una parte tiene en cuenta el mayor número de hechos provistos por el texto, incluyendo sus connotaciones potenciales, y que, por otra parte, ofrece una convergencia cualitativa mejor entre los rasgos que toma en cuenta. Respetará así a la vez el “principio de congruencia” y el “principio de plenitud”.
         La operación validante puede realizarse dentro de cualquier marco teórico: semiológico, psicoanalítico, fenomenológico; pero todos ellos, dialógicamente interrelacionados, contribuirán a dar el salto hacia la aprehensión ontológica del mundo de la obra (no ya el mero “sentido”, sino la “referencia”): ser sólo accesible por el “desvío de los signos”, a través de esa correlación explicar/comprender que es, en el pensamiento ricoeuriano, la nueva forma del “círculo hermenéutico” y la resolución de su aporía.


Bibliografía:        

Gabriel Marcel et Karl Jaspers. Philosophie du mystère et philosophie du paradoxe, 1947. Karl Jaspers et la philosophie de l'existence, 1947 (con M. Dufrenne).
Histoire et verité, 1955 (trad. esp., Historia y verdad, 1990). 
Philosophie de la volonté. I, Le volontaire et l'involontaire. II, Finitude et culpabilité, 1960 (trad. esp. del vol. II, Finitud y culpabilidad, 1969). 
De 1'Interprétation: essai sur Freud, 1965 (trad. esp., Freud. Una interpretación de la cultura, 1970). 
Entretiens Paul Ricoeur Gabriel Marcel, 1968.
Le conflit des interprétations: essais d'herméneutique, 1969. 
La métaphore vive, 1975 (trad. esp., La metáfora viva, 1980). 
Les cultures et le temps. Études, 1975 (trad. esp., Las culturas y el tiempo, 1979). 
Le discours de l'action, 1977 (trad. esp., El discurso de la acción, 1981). 
El tiempo y las filosofías, 1979. 
Recherches sur la philosophie et le langage, 1982. 
Temps et Récit. I, L'intrigue et le récit historique, 1983; II, La configuration dans le récit de fiction, 1984; III, Le temps raconté, 1985 (trad. esp., Tiempo y narración, 1987). 
Educación y política. De la historia personal a la comunión de libertades, 1984. 
Du texte à l'action. Essais d'herméneutique, II, 1986. 
A l'école de la phénoménologie, 1986. 
Le mal, 1986. 
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Soimême comme un autre, 1990. 
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Fe y filosofía. Problemas del lenguaje religioso, 1994 (2ª.).
The Philosophy of Paul Ricoeur, 1995 (con otros; vol. preparado por Ricoeur y Lewis Edwin Hahn). 
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Réflexion faite, 1995. 
La critique et la conviction, 1995 (conversaciones con F. Azouvi y M. de Launay).
La mémoire, l'histoire, l'oubli, 2000.
L'herméneutique biblique, 2000.
Le juste, II, Esprit, 2001.
La lutte pour la reconnaissance et l'économie du don, 2002.
Parcours de la reconnaissance. Trois études, 2004.
Sur la traduction, 2004.
Écrits et conférences. Tome I : Autour de la psychanalyse, 2008.
Écrits et conférences. Tome II : Herméneutique, 2010.


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