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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Lyotard, Jean-François (2)




Jean-François Lyotard nació el 10 de agosto de 1924 en Versalles y murió en París  el 21 de abril de 1998. Durante diez años, hasta 1959, enseñó filosofía en escuelas de segunda enseñanza y, más tarde, fue profesor de filosofía en la Universidad de París VIII (Saint-Denis), puesto en el que permaneció hasta su jubilación, en 1989. Entre 1956 y 1966, Lyotard estuvo en el comité editorial de la publicación socialista Socíalisme ou barbarie y el periódico socialista Pouvoir ouvrier. Además de oponerse activamente al gobierno francés a propósito de la guerra de Argelia, Lyotard participó en los sucesos de mayo de 1968.
Si bien durante los años 50 y 60 fue un activista político de tendencia marxista, en los 80 Lyotard se convirtió en el filósofo no marxista de la postmodemidad. Ésta señala una separación fundamental del tipo de pensamiento totalitario que representa (aunque no sólo) el marxismo. Antes de la aparición del que es, probablemente, su libro de filosofía más importante –Le différend: Phrases en dispute (La diferencia)–, Lyotard ya había indicado este cambio de dirección filos6fica tanto en su tesis doctoral, Discours, figure (Discurso, figura) como en Economie libidinale. Esta última obra pretende escapar de la "frialdad" teórica del marxismo mediante la economía de la energía de la libido y la noción del proceso primario en Freud. Ahora, la economía de la libido se convierte en la base de lo político, sustituyendo a la economía política. Esta ruptura radical con el marxismo, en Economie libidinale, se matiza mucho más en la filosofía del postmodemismo.
Pese a lo prolífico de su producción en años recientes, sobre todo en el campo de la estética, casi todo el pensamiento genuinamente innovador (o experimental) de Lyotard –y, desde luego, el pensamiento por el que ha adquirido fama– se reúne en sólo dos libros: La condición postmoderna y La diferencia.
  La condición postmoderna, escrita como un informe sobre el conocimiento para el gobierno de Quebec, examina el conocimiento, la ciencia y la tecnología en las sociedades capitalistas avanzadas. Aquí se cree que el concepto de sociedad como forma de "unicidad" (como en la identidad nacional) está perdiendo credibilidad. La sociedad como algo único, se conciba como un conjunto orgánico (Durkheim) o como un sistema funcional (Parsons), o como un conjunto fundamentalmente dividido, formado por dos clases opuestas (Marx), ya no es creíble debido a la creciente "incredulidad respecto a" las "metanarrativas" legitimadoras. Dichas metanarrativas (por ejemplo: toda sociedad existe para bien de sus miembros; el conjunto une las partes; la relación entre las partes es justa, o injusta, dependiendo de la situación) ofrecen una teleología que legitima el vínculo social y el papel de la ciencia y el concimiento en relación con él. Es decir, una metanarrativa suministra un propósito "creíble" para la acción, la ciencia o la sociedad en general. En un plano más técnico, una ciencia es moderna si intenta legitimar sus propias normas mediante la referencia a una metanarrativa, o sea, una narrativa exterior a su propia esfera de competencia.
  Dos metanarrativas influyentes son la idea de que el conocimiento se produce por sí mismo (típica del idealismo alemán) y la de que el conocimiento se produjo para un pueblo sometido que buscaba la emancipación. Por otro lado, la postmodernidad implica que hay oposición a esos objetivos del conocimiento y que, además, no existe ninguna prueba definitiva para sentar las disputas en relación con ellos. En la era de los ordenadores, cuando se advierte que la complejidad está en aumento, la posibilidad de que haya una sola justificación, incluso dos, para el conocimiento o la ciencia, se vuelve remota. Anteriormente, la fe en una narrativa (por ejemplo, las doctrinas religiosas) habría resuelto la posible dificultad. Desde la Segunda Guerra Mundial, las técnicas y las tecnologías, tal como anticipaba Weber, han "trasladado el énfasis de los fines de la acción a sus medios" (1). Al margen de que la forma de unificación narrativa sea de tipo especulativo o emancipador, la legitimación del conocimiento no puede ya depender de una narrativa grandiosa., de modo que la ciencia se entiende mejor, actualmente, con arreglo a la teoría del "juego lingüístico" de Wittgenstein.
Un juego lingüístico significa que ningún concepto ni teoría podría capturar adecuadamente el lenguaje en su totalidad, aunque sólo sea porque el intentarlo constituye, ya en sí, su propio juego lingüístico concreto. Una vez más, pues, las narrativas grandiosas ya no tienen credibilidad, porque forman parte de un juego lingüístico que, a su vez, es parte de múltiples juegos lingüísticos. Lyotard ha escrito sobre el discurso especulativo como juego lingüístico, un juego con reglas específicas que pueden analizarse en función de cómo se deban vincular las afirmaciones entre sí.
Por consiguiente, la ciencia es un juego lingüístico con las siguientes reglas:

1.     Sólo son científicas las afirmaciones denotativas (descriptivas).
2.     Las afirmaciones científicas son muy diferentes de las que (se ocupan de los orígenes) constituyen el vínculo social.
3.     Sólo se requiere competencia por parte de quien emite el mensaje científico, no por parte de quien lo recibe.
4.     Una afirmación científica existe sólo dentro de una serie de afirmaciones a las que dan validez los argumentos y las pruebas.
5.     Teniendo en cuenta (4), el juego lingüístico científico exige estar al tanto del estado actual de los conocírnientos científicos. La ciencia ya no necesita una narrativa para su legitimación, porque las normas científicas son inmanentes a su juego.

Para que la ciencia "progrese" (es decir, para que se acepte un nuevo axioma o afirmación denotativa), cada científico o grupo de científicos debe obtener la aprobación de todos los demás científicos en su campo. Y, a medida que el trabajo científico se hace más complejo, también lo hacen las formas de probar; cuanto más compleja la prueba, más compleja la tecnología necesaria para lograr niveles de validez aceptados generalmente. La tecnología, esencial para entender la forma del conocimiento científico en la sociedad del último cuarto del siglo xx, se rige por el principio del rendimiento óptimo: máxima producción con mínimo esfuerzo. Lyotard lo llama el principio de "performatividad", y domina el juego lingüístico científico precisamente porque un descubrimiento científico requiere una prueba que cuesta dinero. La tecnología pasa a ser la fonna más eficaz de obtener una prueba científica: "se establece, pues, una ecuación entre riqueza, eficiencia y verdad" (2). Aunque pueden seguir ocurriendo descubrimientos "arriesgados" (en los que la tecnología es mínima), ésta suele vincular la ciencia con la economía. Aunque sigue siendo posible la investigación barata y pura en búsqueda de la verdad, la investigación costosa se está convirtiendo en la norma; y ello significa conseguir apoyo financiero. Para obtener financiación es preciso justificar la importancia a largo plazo de la investigación, lo que sitúa la investigación pura bajo los auspicios del juego lingüístico de la performatividad.
Una vez que predomina esta última, la verdad y la justicia suelen ser resultado de la investigación con más fondos (con más fondos, es decir, más convincente); "al reforzar la tecnología se 'refuerza' la realidad, y las posibilidades de ser justo y acertado aumentan de forma correspondiente" (3). Y, si quienes tienen dinero para financiar la investigación tienen también poder (y tienen poder, según Lyotard, porque se aprovechan de la investigación), la era postmoderna sería aquella en la que el poder y el conocimiento entran en contacto mutuo como nunca antes.
Por otro lado, la performatividad puede permanecer en una posición de hegemonía en el juego lingüístico científico sólo si se deja de lado la cuestión de su legitimidad. Esto resulta fácil si dicha cuestión es lo mismo que la pregunta ¿qué es la ciencia? Sin embargo, una vez que la performatividad de la pregunta se plantea, aparece el límite de la racionalidad performativa, en la medida en que la performatividad no puede justificarse sino mediante una metanarrativa.
Teóricos de sistemas como Luhmann proponen que la performatividad es la base sobre la que se sostiene el sistema (social), tras el desencanto del mundo producido por la ciencia y la tecnología. Como se considera que el sistema perfecto es el más eficiente, el objetivo es eliminar todas las disfunciones. Para el teórico de sistemas, los seres humanos son parte de un sistema homogéneo, estable, teóricamente cognoscible y, por tanto, predecible. El conocimiento es el instrumento para controlar ese sistema. Incluso aunque todavía no exista el conocimiento perfecto, la ecuación "cuanto más grande es el conocimiento, más grande el poder sobre el sistema" es, a su juicio, irrefutable.
En cambio, Lyotard demuestra que la teoría de sistemas está situada dentro de una epistemología modernista. Porque, en los propios términos del sistema como performatividad, el control a través del conocimiento disminuye su rendimiento, ya que la incertidumbre no se reduce, sino que se incrementa con el conocimiento (cfr. Heisenberg). Ahora está constituyéndose un nuevo paradigma postmoderno, que subraya la impredecibilidad, la incertidumbre, la catástrofe (como en la obra de René Thom), el caos y, sobre todo, la paralogía, o disenso. Este último desafía las reglas del juego. La paralogía se hace imposible cuando se retira el reconocimiento y se niega la legitimación a nuevos movimientos dentro del juego. Silenciar –o eliminar– a un jugador equivale a un acto terrorista. La idea de ser incapaces de presentar una postura que difiera de las normas predominantes de argumentación y validación ofrece un punto de transición adecuado para la obra posterior de Lyotard, La diferencia.
Como si hubiera comprendido los aspectos políticos que estaban en juego –sobre todo en relación con la justicia–, Lyotard pasa a desarrollar su filosofía del diferendo, la verdadera base filosófica de La condición postmoderna, que es una obra más sociológica. El diferendo es el nombre que da Lyotard al hecho de silenciar a un jugador en un juego lingüístico. Existe cuando no hay procedimientos reconocidos para presentar lo que es diferente (tanto si es una idea como un principio estético o una reivindicación) en el área actual de discurso. Se ve de forma muy gráfica cuando los historiadores revisionistas se niegan a admitir la existencia de las cámaras de gas nazis a menos que se pueda llevar a una víctima como testigo. Para ser una víctima, es preciso haber muerto en las cámaras. Muchos historiadores se han mostrado comprensiblemente indignados por este uso pervertido de las reglas de la evidencia, y hablan de la mala fe de quienes lo llevan a cabo. Lyotard, por el contrario, subraya que el problema surge porque se ha invertido demasiado esfuerzo en lo que no es más que una historiografía empiricista. Ésta supone que la mera existencia del referente (por ejemplo, las cámaras de gas) es suficiente para aceptar como cierta una frase cognoscitiva (por ejemplo, "las cámaras de gas existieron"). También acepta que este principio de la prueba que deriva de la simple existencia del referente tiene validez universal. Se cree que la prueba tiene validez universal porque se considera que la realidad es un universo (una totalidad) que puede representarse o expresarse en forma simbólica. Sin embargo, ni siquiera en la física existe un universo que pueda ponerse por completo en forma simbólica. Más bien, se puede demostrar rápidamente que cualquier afirmación con pretensiones de universalidad es sólo parte del universo que asegura describir.
  Para Lyotard, es necesario adoptar un enfoque regional, y no universal, para abordar las cuestiones de historia, política, lenguaje, arte y sociedad. En vez de hablar de juegos lingüísticos, en La diferencia, Lyotard habla de "regímenes de frases" y "géneros de discurso".  Como los juegos lingüísticos, los regímenes de frases poseen sus reglas constituyentes, y cada frase presenta un universo. Por tanto, no hay un universo único, sino universos plurales. Un régimen de frases presenta un universo oracional, o tipo de frase: prescriptiva, ostensiva, performativa, exclamativa, interrogativa, imperativa, evaluativa, nominativa, etc. Un género de discurso intenta dar unidad a una colección de frases. Es preciso invocarlo para identificar un régimen de frases, porque éstas pueden citarse e imitarse. Una frase cognitiva (factual) en una obra de ficción no es lo mismo que la frase cognitiva de un historiador. Como el género de la historiografía ha intentado combinar la historia y el género cognitivo, ha permitido que Faurisson –historiador revisionista– elabore un argumento contra la existencia de las cámaras de gas. Logra restar validez a los procedimientos del género histórico porque, en dicho género, se ha asegurado que la historia sólo se ocupa de lo que se puede conocer a través de una frase cognitiva. En pocas palabras, las frases cognitivas se ocupan solamente de lo determinable; lo que es imposible de conocer y lo indeterminado están fuera de su alcance. Igual que la ciencia es inseparable de las condiciones de la prueba (no es una mera información sobre la realidad), así las normas para establecer la realidad del referente determinan el "universo de frases cognitivas", "donde la verdad y la falsedad están en juego" (4). Las afirmaciones veraces no surgen automáticamente como resultado de la simple existencia del referente. Por eso habrá, no sólo desacuerdos sobre la verdadera naturaleza de este último, sino afirmaciones de quienes (de mala fe) se niegan a aceptar que haya adhesión a las reglas del juego, o que las interpretan de un modo que les permite subvertirlas; por ejemplo, afirmando que sólo puede ser testigo una persona muerta.
La posibilidad de esta subversión de lo cognitivo genera el diferendo. Su existencia no puede establecerse por medios cognitivos, porque es la señal de una injusticia que, como tal, no puede expresarse en términos cognitivos. El que alguien sea, o no, víctima de una injusticia no puede tener validez mediante frases cognitivas porque, como víctima, ese alguien es el sujeto de un diferendo. El diferendo marca el silencio de la imposiblidad de expresar una injusticia.
En el estudio "El signo de la historia" (5), Lyotard aborda la interpretación de hechos históricos partiendo del concepto de lo sublime en La crítica del juicio de Kant. Para Kant, el sentimiento sublime no procede del objeto (por ejemplo, la naturaleza), sino que es indicio de un estado mental extraordinario que reconoce su incapacidad para hallar un objeto adecuado a ese sentimiento. El sentimiento sublime, como todos los demás, es un signo de esa incapacidad. Por consiguiente, se convierte en un signo del diferendo entendido como puro signo. La tarea del filósofo pasa a ser la búsqueda de esos signos del diferendo. Una vez más, puesto que ningún universal –ni humanidad, ni libertad, progreso, justicia, ley, belleza, sociedad o lenguaje– puede corresponder a un objeto real, el vínculo buscado entre uno y otro sólo puede producir el totalitarismo y la subsiguiente exclusión de la alteridad. Sin embargo, Kant fue un observador atento de la Revolución Francesa. La contempló como un suceso que indicaba que la humanidad progresaba. Tuvo el entusiasmo de tantos espectadores ajenos a ella. ¿Estaba yendo Kant, pues, en contra de la lógica de lo sublime, y confundiendo un fuerte sentimiento (el entusiasmo) con el hecho histórico concreto de la Revolución Francesa? No, porque el entusiasmo es un signo de que la Revolución posee una faceta sublime, es decir, impresentable; precisamente porque es un hecho histórico. Ningún género de discurso puede dar expresión a un hecho verdaderamente histórico; de modo que desafía a los géneros existentes a que encuentren un sitio para él. En otras palabras, el hecho histórico es un caso de diferendo.
A diferencia de Hegel, Kant no intenta fabricar una frase especulativa equivalente a una frase cognitiva. Las frases especulativas se refieren siempre a signos (es decir, sentimientos y emociones), y Hegel se equivocó al pensar que una frase especulativa podía tener concreción. En este aspecto, Hegel estaba ligado a una filosofía del resultado, de cómo resultarían las cosas de forma determinante. El indeterminante –el signo, la emoción, el suceso, el diferendo– está totalmente ausente del sistema hegeliano.
Como la crítica de la historia de Kant, los problemas de la obligación aparecen. en el libro de Lyotard Just Gaming. La búsqueda del fundamento para una frase ética y, por tanto, el fundamento para tener una obligación, guía el estudio. Su conclusión es, quizá paradójicamente, que el fundamento de la obligación no puede especificarse; para empezar, porque una obligación no puede explicarse con una descripción; si se pudiera, la obligación se desvanecería. Sólo podemos sentirnos obligados si –como dice Kant– tenemos la libertad de no cumplir con la obligación. Una descripción sólo puede mostrar por qué no puede rehuirse la obligación: en resumen, "debería" no puede derivarse de "es".
En segundo lugar, la obligación no es el resultado de "mi" ley, sino de la ley "del otro": sólo me puedo sentir obligado si esa obligación procede de fuera de mi mundo, del mundo del otro. La ley del otro que nos obliga es la evidencia de la imposibilidad de construir jamás una representación adecuada de ella. La frase ética sólo puede ser un signo indicador de una obligación que nunca tiene forma concreta. Se trata de saber si el imperativo categórico de Kant podría jamás constituir la base de una comunidad ética. Aquí vemos la relevancia de la filosofía de Levinas, que invoca fuentes teológicas judías con el fin de mostrar la necesaria prioridad del otro (el "tú") en el origen de la ley moral. No sólo se niega Kant a ceder y reducir el género del discurso de obligación al género cognitivo, sino que además ofrece un modo de pensar sobre cómo se "conectan" los géneros de discurso entre sí. Cada género de discurso es análogo a un "archipiélago", y el juicio es un medio de pasar de un archipiélago a otro. Al contrario que la tendencia homogeneizadora del discurso especulativo, el juicio permite la heterogeneidad necesaria de los géneros. El juicio, por consiguiente, es la forma de reconocer el diferendo, y la especulación hegeliana, una forma de ocultarlo.
  El poder del argumento de Lyotard reside en su capacidad de destacar la imposibilidad de hacer que una idea general sea idéntica a un caso real concreto (es decir, al referente de una frase cognitiva). Filósofos, matemáticos y científicos admiten actualmente las paradojas que surgen cuando una afirmación general sobre el mundo se ve obligada a tener en cuenta su propio lugar de enunciación. Las ideas de Lyotard en La diferencia son un antídoto valioso contra el delirio totalitario de reducir todo a un solo género y suprimir el diferendo. Suprimir el diferendo es sofocar nuevas formas de pensar y actuar.
Más problemático resulta, no obstante, el hecho de que, al promover Lyotard la frase a una posición privilegiada en relación con el diferendo, corre el riesgo de oscurecer éste. Porque aquí no hay una no frase. Un silencio, una interjección, un encogimiento de hombros, son frases. Tampoco hay una primera o última frase, porque siempre están encadenadas. Decir que no hay más que la frase implica, sin duda, que la frase emana de sí misma, que es su propia ley. Pero esta afirmación tiene el peligro de convertirse en una totalización restrictiva que choca contra el principio de permitir que el diferendo salga del silencio. Lyotard podría replicar que eso es negar el carácter (radicalmente) heterogéneo que atribuye a los regímenes de frases, un carácter que garantiza el diferendo. ¿Qué tipo de heterogeneidad puede ser el que niega la alteridad? Afirmar que siempre hay una frase –que siempre hay algo más que nada– no elimina el problema de la "nada", aunque esa nada sea una imposibilidad. Dicho problema indica que es necesaria una elaboración más desarrollada de la "frase" antes de poder aceptar la afirmación de Lyotard de que la filosofía de las frases es la forma de obtener una percepción del diferendo.


NOTAS

1. Jean-François Lyotard, The Postmodern Condition: A Report on Knowledge, trad. de Geoffrey Bennington y Brian Massumi, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1984, 6ª. impr., pág. 37.
2. Ibíd., pág. 45.
3. Ibíd., pág. 47.
4. Jean-François Lyotard, Le Differend, París, Minuit, 1983, pág. 35.
5. Lyotard, "Le signe de I'histoire", en Le Differend, págs. 218-260.

PRINCIPALES OBRAS DE LYOTARD

La fenomenología (1954), Barcelona, Paidós, 1990.
Discurso, figura (1971), Barcelona, Gustavo Gili, 1979.
A partir de Marx y Freud (1973), Madrid, Fundamentos, 1975.
Dispositivos pulsionales (1973), Madrid, Fundamentos, 1981.
Instructions païennes, París, Galitée, 1977.
La condición postmoderna (1979), Madrid, Cátedra, 1989.
La diferencia (1983), Barcelona, Gedisa, 1988.
El entusiasmo (1986), Barcelona, Gedisa, 1987.
Peregrinaciones, ley, forma, acontecimientos (1988), Madrid, Cátedra, 1992.
La postmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa, 1987.
¿Por qué filosofar? Cuatro conferencias, Barcelona, Paidós, 1989.


OTRAS LECTURAS

BENNINGTON, Geoffrey: Lyotard: Writing tbe Event, Manchester, Manchester University Press, 1988.
DESCOMBES, Vincent: Modern French Phylosopby, trad. de L. Scott-Fox y J. M. Harding, Cambridge, Cambridge University Press, 1980, págs. 180-186 y passim.
PEFANIS, Julian: Heterology and tbe Postmodern: Bataille, Baudrillard and Lyotard, Sidney, Allen & Unwin, 1991.


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