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domingo, 7 de octubre de 2012

Eco, Umberto




 Alessandria (Piamonte), Italia, 1932. Doctorado por la Universidad de Turín con una tesis sobre la estética en Santo Tomás de Aquino, ha sido profesor en esa misma universidad y en las de Florencia y Milán, dictando asimismo cursos en varios centros y universidades de todo el mundo. Director literario de la editorial Bompiani y de la revista VS-Quaderni di Studi Semiotici, y secretario general de la International Association for Semiotic Studies, es actualmente catedrático de filosofía en la Universidad de Bolonia. Recientemente se ha hecho cargo en el Collège de France de la cátedra de Semiología Literaria, vacante desde la muerte de Roland Barthes, su anterior titular.

Umberto Eco no sólo es, tras el antecedente de Benedetto Croce, el filósofo italiano más conocido en el mundo, sino uno de los poquísimos pensadores cuya fama ha trascendido al gran público más allá del perímetro en el que suelen circunscribirse la indagación científica y la filosófica. Esta inusual proyección de una personalidad que ha desarrollado una reflexión altamente rigurosa y especializada, se ha visto propiciada por una intensa divulgación de ideas y una permanente actitud de crítica militante comprometida con el aquí y el ahora, preocupaciones siempre concordantes con el trasfondo de la concepción del mundo del filósofo y semiótico piamontés.
   Discípulo de Luigi Pareyson (autor de una ajustada teoría de la formatividad y del pensamiento hermenéutico), desde joven Eco parece abandonar su pasión de medievalista para sumergirse, no sin notabilísimo éxito, en los problemas culturales de la época. Hijo de su tiempo, partícipe de la desinhibida vanguardia intelectual y artística italiana, descree de un Fundamento y Verdad únicos, renuncia a un Orden estable del universo y busca, en su reemplazo, coordenadas del pensar capaces de justificar la complejidad y variación de la experiencia, su carácter histórico y matriz comunicativa.
Es justamente esta naturaleza comunicacional de la interacción humana –por ende, de la artística– la que lo lleva a proponer (con temprana oportunidad, según se percibirá luego) el punto de vista del receptor en Obra abierta. El volumen, que alcanza amplia repercusión, traducido sucesivamente a numerosos idiomas, marca época. Su autor, al oponerse a la tradición idealista de la unicidad de la obra, traza un puente entre ciencia y praxis artística. Son analizados los aportes del informalismo pictórico, de la nueva música, ejemplos de narrativa, de poesía, de cine, así como la poética de Joyce, junto a actuales categorías de la física, de la teoría de la información y de la filosofía merleaupontyana, entre otras. Eco descubre y puntualiza la indeterminación y ambigüedad estéticas que en las realizaciones contemporáneas requieren, programáticamente, la activa participación del destinatario sin la previsión de un sentido acabado e inalterable. Resalta la metodología nueva, aún presemiótica, y a la vez ya una fijación de límites (de gran repercusión teórica): los mensajes "abiertos" no dejan de estar regidos por textuales constricciones, proponiéndose el equilibrio entre la libertad interpretativa, que se auspicia, y la fidelidad a la obra. Eco, en efecto, insiste en la "manera de formar" como búsqueda de conexiones y propiedades estructurales, indagación que canalizará muy pronto en un sentido técnico-lingüístico.
Por el momento, en el clima eufórico de un experimentalismo emergente (creación del Grupo 63), prosigue su discurso polémico al enfrentar Apocalípticos e integrados. Habiendo trabajado en la RAI con incansable interés por los múltiples aspectos cotidianos de la cultura de masas ante su formidable bombardeo informativo, subraya que los que no practican el disenso utilizan, no menos que los apocalípticos, un concepto fetiche de "masa". El señalamiento, que extrema las precauciones metodológicas, discute estas posturas antinómicas y denuncia, en ambos casos, un peligro. La convicción, explícita u oculta, de que no es posible cambiar nada.
Mientras tanto, la aventura estructuralista ya estaba en marcha. Nada menos que la configuración de un nuevo mapa del saber. Ahora menos que nunca importan las esencias, sólo los significados, los significantes, las estructuras, el código. En el boom semiológico de los años sesenta, cuando un primer avance teórico de Roland Barthes alterna esquemas de Saussure, de Hjelmslev y del formalismo ruso, Eco pronto llega a ser un interlocutor privilegiado que asimila –y sopesa– los resultados de la lingüística, de Roman Jakobson, de la antropología estructural de Lévi-Strauss, sabiendo que lo que está en juego es, simplemente, uno de los métodos más fecundos del siglo en el área de las ciencias del hombre.
Aporta a semejante contexto un nutrido volumen, La estructura ausente, aún hoy testimonio único de momentos extraordinariamente ricos en discusiones y polémicas tendentes a consolidar lo que entonces aparecía como una nueva "ciencia" (de indisimulada proyección totalizante). Entre tanto, su vital personalidad, que une a las competencias pertinentes una notable capacidad organizativa, ve crecer día tras día su prestigio internacional.
Sin pausas en el trabajo intelectual, tras Le forme del contenuto, arriba a su fundamental Tratado de semiótica general, convirtiéndose en uno de los fundadores de la moderna teoría de los signos. De tratamiento despejado y voluntad sistematizadora, el libro exhibe muchas de sus características personales, el desinterés por la crítica unilateral, la aptitud para detectar verdades parciales, para articular constructivamente orientaciones con frecuencia divergentes, reelaborándolas con aportes propios, en un encuadre a la vez complejo y unitario. Así concilia las posiciones –hasta el momento opuestas– de la semiología de la comunicación y de la significación, mientras coordina su doctrina en dos grandes secciones que reúnen la más completa teoría de los códigos y la búsqueda de los "modos de producción sígnica". La última, al abrir un horizonte pragmático imprescindible, ya perfila su incondicional adhesión a la genial semiótica del norteamericano Charles Sanders Peirce, cuyo impacto se hace sentir en Europa en los años ochenta.
Esta incidencia relevante se acusa en Lector in fabula, algo más que un nuevo jalón. Con magistrales análisis, se implementa una pragmática de la lectura que aprovecha los logros de avanzada de las gramáticas textuales y de la teoría de los mundos posibles, entre otros. El resultado de la compleja síntesis es una meditada concepción del texto que instala en la propia inmanencia los "simulacros" del Autor y Lector modelos. No sujetos empíricos sino polaridades internas a la obra, cuyos procedimientos entrelazados apelan al ritmo de un tablero de ajedrez con sus avances y réplicas. El autor (empírico), al solicitar la colaboración del destinatario, diseña sus posibles pasos futuros y los involucra en la propia producción, que así ofrece una construcción comunicativo plagada de estrategias, de escasa inocencia. En la contraparte, fundamental en el volumen, el lector activa su colaboración interpretativa jugando su apuesta no sin balanceos y tensiones, bajo el signo de la conjetura. Así, Eco entiende hacer avanzar la semiótica, recuperando aquel horizonte de la recepción inaugurado veinte años antes en Obra abierta, con un renovado andamiaje conceptual sustentado ahora en la lección de Peirce, significativamente un semiótico que es filósofo.
Desde fines de los años setenta, más allá del febril entusiasmo pionero, Eco se dedica a una profunda implementación de sus saberes filosóficos, nunca abandonados, lo cual le permitirá elaborar una concepción comprensiva no sólo del presente, sino de la entera tradición de Occidente. En un importante conjunto de ensayos reunidos en Semiótica y filosofía del lenguaje declara sin vacilaciones el carácter filosófico de una semiótica general, a diferencia de las "semióticas particulares", más científicas y analíticas. Asimismo predica un necesario esclarecimiento de conceptos mediante una práctica arqueológica antigua, aristotélica, que recomienda acudir al origen de los términos.
Disciplina reciente, la semiótica es también milenaria. Existe una semiótica antigua, y se nos invita a su reconocimiento a lo largo del desarrollo del conocimiento filosófico. Se echa luz sobre las reiteradas marginaciones que el signo ha sufrido, la última impulsada por el influyente postestructuralismo francés que en los mismos años sesenta produce todavía su eclipse. Por el contrario, convencido de la trascendencia de esta noción decisiva, el pensamiento de Eco, argumentativo y dialogante, nada temeroso de rectificaciones en la marcha, sustrae el concepto a la limitativa definición saussuriana, que asociaba el significado y el significante según una relación de correspondencia biunívoca. Recordando que ya los estoicos operaban con un modelo inferencial, restituye a Peirce, para quien un signo es algo que está en lugar de alguna otra cosa para alguien, bajo cierto aspecto o capacidad. Esta relación triádica del signo no es de equivalencia sino de implicación; posibilita mediaciones sin término, una semiosis ilimitada que es real progreso del pensamiento, susceptible de ingerencias creativas que proceden sin regla previa, donde conocer es saber siempre algo más que una cadena de definiciones con engarces continuos del sentido. Sentido que es siempre interpretable.
Los problemas suscitados, es evidente, no remiten únicamente a cuestiones de semiótica narrativa. De lo que se trata es de calibrar la capacidad razonante de la humanidad, de una "crítica" en sentido kantiano. Preciso es decirlo, desde el principio Eco ha tomado partido por una racionalidad no categórica, sino basada en el consenso, en el acuerdo de una comunidad de hombres que formulan reglas no eternas a los fines de la comprensión y el conocimiento. Es el carácter contractual, civil, social, y también moral de la experiencia. De aquí el interés de dos modelos que propone, el de una interpretabilidad racional, siempre falible, y otra irracional. En el primero, con atentas relecturas, podrían ubicarse Aristóteles, Kant, Peirce; en el segundo cunde lo hermético. Éste hunde sus raíces en la antigüedad, y surge en la Pax Romana del siglo ii, de combustión subterránea. Un espectacular rastreo, que llega hasta nuestros días, consigna, junto a filósofos ilustres, ritos africanos y sectas demoníacas. El acercamiento de universos espirituales tan disímiles es autorizado por un mismo mecanismo: el deslizamiento imparable del sentido. Conocer no sería avanzar continua y creativamente hacia "otra cosa", sino hacia "lo Otro". El modelo racional acorde a límite y medida se atiene al modus ponens griego, donde conocer es conocer por causas y por principios lógicos. Lo hermético desfonda el límite, lo excede, lo anula. La práctica deconstruccionista, que a diferencia de este modelo no se basa en una Presencia última sino en una Ausencia, es también irracional, según Eco. Más que la de Derrida –en quien puntualiza el gesto filosófico–, critica la de sus seguidores, que especialmente en el ámbito de la crítica norteamericana producen la explosión del sentido al sustraer al lenguaje su poder comunicativo. O sea, para Eco existen los "derechos del texto", y la lectura debe proceder en clave de intertextualidad y enciclopedia.
En conexión con esto, ideas sobre la gnosis, el secreto, el complot y la teoría social de la conspiración pueblan una investigación para la cual establecer las condiciones, Los límites de la interpretación, en el vasto trasfondo de la irracionalidad contemporánea, es un deber intelectual que Eco se impone. Por último, es notorio que esta personalidad multifacética, sin dejar de insistir, con motivaciones teóricas y personales, en la perspectiva del Intérprete, ha querido también situarse al otro lado de la experiencia creativa (de roles indisociables, como debió de aprender de Borges, ya conocido en la juventud). Y la praxis narrativa emprendida entrega, con su escritura, sus saberes, sus obsesiones y sus modelos.
Si en el exitoso El nombre de la rosa aparece el laberíntico medioevo, siempre amado, ocasión de la conjetura metafísica de una racionalidad alerta, en crisis, en el polémico y mal leído Péndulo de Foucault, aún más barroco si cabe, explora el universo del lenguaje en el cruce de dos vías.
Por un lado, se trata del desbordante crecimiento paródico e incontrolado de la pasión hermética, que en la búsqueda del secreto desencadena la catástrofe y se impone a lo real; por el otro, es el despliegue, intermitente, de un lenguaje como forma de vida que se explaya en la comprensión de una hermenéutica existencial. El poder de la vida y el del texto fabulatorio se encuentran en un discurso desdoblado que termina exorcizando las palabras para concluir en el silencio, invitando a "ver". La oscilación que la ficción introduce no es aquí fortuita, porque es la de un pensador que parece haber logrado su equilibrio entre el autor y el lector, entre la intención del intérprete y la de la obra, entre la actualidad y un pasado aún presente. Hoy por hoy, Umberto Eco emerge como figura paradigmática, concitador de saberes en el campo del pensamiento contemporáneo, con proyecciones que repercuten constantemente en los más diversos niveles de la recepción.

Rosa María Ravera


Bibliografía:  

Il problema estético in San Tommaso, 1956; ed. revisada, Il problema estético in Tommaso d'Aquino, 1970.
Opera aperta, 1962 (trad. esp., Obra abierta, 1965); nueva ed. revisada, 1967, revisada nuevamente, 1971 (nueva trad. esp., 1979). 
Diario minimo, 1963 (trad. esp., Diario mínimo, 1964; 2ª. ed. aumentada, 1995, con el título de Segundo diario mínimo). 
Apocalittici e integrati, 1964 (trad. esp., Apocalípticos e integrados, 1968). 
Le poetiche di Joyce, 1965 (trad. esp., Las poéticas de Joyce, 1993). 
La definizione dell'arte, 1968 (trad. esp., La definición del arte, 1971).
La struttura assente, 1968 (trad. esp., La estructura ausente. Introducción a la semiótica, 1973). 
Le forme del contenuto, 1971.
Il costume di casa, 1973 (trad. esp. en La estrategia de la ilusión, 1986). 
Il segno, 1973 (trad. esp., Signo, 1976). 
Trattato di semeiotica generale, 1975 (trad. esp., Tratado de semiótica general, 1977). 
Dalla periferia dell'Imperio, 1977 (trad. esp. en La estrategia de la ilusión, 1986). 
Come si fa una tesi di laurea, 1977 (trad. esp., Cómo se hace una tesis, 1982). 
Il superuomo di massa, 1977 (trad. esp., El superhombre de masas, 1995). 
Lector in fabula, 1979 (trad. esp., Lector in fábula, 1981). 
De bibliotheca, 1981.
Sette anni di desiderio, 1983 (trad. esp. en La estrategia de la ilusión, 1986). 
Semeiotica e filosofia del linguaggio, 1984 (trad. esp., Semiótica y filosofía del lenguaje, 1990). 
Sugli speechi e altri saggi, 1985 (trad. esp., De los espejos y otros ensayos, 1988).
I limiti dell'interpretazione, 1990 (trad. esp., Los límites de la interpretación, 1992). 
La búsqueda de la lengua perfecta en la cultura europea, 1994.


OBRAS DE FICCIÓN:
Il nome della rosa, 1980 (trad. esp., El nombre de la rosa, 1982). 
Il pendolo de Foucault, 1988 (trad. esp., El péndulo de Foucault, 1989). 
L'isola del giorno prima, 1994 (trad. esp., La isla del día de antes, 1995).


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