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jueves, 18 de octubre de 2012

Berman, Marshall



   Nueva York, Estados Unidos, 1940. Graduado en las universidades de Columbia y Oxford, obtuvo el doctorado en Harvard. Profesor de Ciencias Políticas en las universidades de Stanford y Columbia. Muere en su ciudad natal el 11 de setiembre de 2013.

   Marshall Berman es autor de Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la Modernidad, que constituyó un aporte de notable penetración y agudeza al estudio de la vida contemporánea, y del cual el autor declara que de alguna manera es la historia de su vida, la respuesta a la fascinación que sobre él ha ejercido desde siempre el significado de la modernidad.
    Con ideas fuertes y originales, esplendor literario y cálido entusiasmo por el tema, Marshall Berman ha estructurado una obra que John Leonard considera “un libro brillante y exasperante que inventa los últimos 200 años de la historia intelectual de Occidente”.
     El hilo conductor que guía el desarrollo de las ideas de Berman es que, en la época actual, las posibilidades de crecimiento y expansión que se nos ofrecen por un lado, e involucran por otro, entran en una vorágine de perpetua desintegración.
    Partiendo de la base de que ser moderno es vivir una vida de paradojas y contradicciones, se dedica a una investigación de las ambigüedades e ironías de la vida moderna a través de ciertos lugares, ciertos textos, ciertos personajes reales y de ficción que asumen carácter emblemático. Como ha señalado con mucho acierto Beatriz Sarlo, lo que impresiona en Berman es su forma desprejuiciada de entrar y salir de la literatura, su manera de asaltar los textos por donde menos se piensa: “los amasa, los desordena, hace una lectura irrespetuosa”. A través de ellos penetra en denodado abordaje avanzando tras las posibles perspectivas –global y personal– que terminan imbricándose y potenciándose mutuamente.
    Berman diferencia en principio el término “modernismo”, que supone un núcleo de ideas, imágenes y valores que están de alguna manera vinculados con las vanguardias, del concepto “modernización”, que es anterior y estuvo determinado por un complejo de factores como los descubrimientos científicos, la evolución de la técnica, la industrialización, la caótica expansión urbana, las alteraciones demográficas, los cada vez más poderosos estados nacionales, la fuerza de la pujante sociedad de masas. El libro de Berman se propone trabajar sobre una dialéctica entre modernización y modernismo.
    La historia de la modernidad es dividida por el autor en tres fases. La primera se extiende desde fines del siglo xvi hasta fines del siglo xviii; la segunda fase se inicia en 1790, momento en que se comienza a tomar conciencia de vivir una época revolucionaria que genera reacciones explosivas en todas las dimensiones de la vida personal, social y política. Este período clave, que se investiga en todo el libro con originalidad, es considerado por el autor como aquel en el cual el hombre moderno del siglo xix puede al mismo tiempo recordar lo que es vivir material y espiritualmente en dos mundos: uno que no es moderno en absoluto y otro emergente con su insólita novedad. Para Berman, esta dicotomía, esta sensación de vivir simultáneamente en dos mundos, da cauce al despliegue de las ideas de modernización y modernismo. Esta vivencia sin precedentes del ámbito material y espiritual, captando su carácter bifaz y contradictorio, condiciona la sensibilidad de personas que todavía tienen muy vivo el recuerdo de vivir en un mundo premoderno, y por lo tanto puede no convertir esas contradicciones en antítesis estáticas e inmutables.
    La tercera fase, cronológicamente ubicada en el siglo xx, corresponde a una ilimitada expansión del sector que participa de esa experiencia y también de su consiguiente fragmentación.
    La tensión dialéctica que había nutrido la experiencia clásica de la modernidad acentúa progresivamente su polarización. Esa diferencia entre una experiencia ambigua y dialéctica plena de fuerza creadora, y una modernidad monolítica a la que se llega a denostar o a exaltar incondicionalmente, determina el paso de una visión abierta a una visión cerrada de la vida. Actitudes respecto a la modernidad –condenatoria la una y acrítica la otra– que nos hacen recordar a los apocalípticos e integrados de Umberto Eco y que suponen una identificación simplista con la tecnología, con un alto grado de nostalgia en el primer caso y el espejismo de una utopía en el segundo. Ambas desconocen la posibilidad de convertirse en participantes activos que pongan en marcha el proyecto moderno como un intento de renovación integral de la sociedad y ejerzan su libertad optimizando las posibilidades individuales.
    Berman distingue en la primera fase como voz arquetípica a Jean Jacques Rousseau, quien percibe y encarna en sus personajes esa atmósfera hecha de turbulencia y de vértigo, de expansión y desestructuración en que nace la sensibilidad moderna.
    En la segunda fase, el autor hace del Fausto de Goethe la figura emblemática de la tragedia del desarrollo. Lo extraordinario de la concepción goethiana de Fausto es la afinidad entre el ideal cultural del autodesarrollo y el movimiento social real hacia el desarrollo económico. La posibilidad de desarrollo personal es la transformación radical del mundo. Al liberar el personaje sus energías a través de sus metamorfosis como Soñador, Amante y Desarrollista, liberará también las de su entorno, que irrumpirán como potencias infernales más allá de todo control humano. Su entrada vital y lírica en la acción marca paulatinamente su ingreso en un mundo de fronteras abiertas donde han desaparecido las relaciones feudales y patriarcales, pasaje que lo lleva a nuevos campos de experiencia, pero que, como todo crecimiento, tiene sus precios humanos. Su último rol conecta sus impulsos personales, como un aprendiz de brujo, con las fuerzas económicas, sociales y políticas que mueven el mundo. Sacará a la luz, según Berman, las potencialidades más creativas y más destructivas de la vida moderna.
    El pensamiento de Marx es el hito siguiente de la incursión del autor por el siglo xix. De Marx toma la frase con que titula el libro y a él dedica uno de los capítulos más brillantes, ponderando la claridad que los conceptos del materialismo histórico han arrojado sobre la vida material moderna. Marx enfatiza la relación entre la cultura modernista y la economía y la sociedad burguesa de la cual emana. Reconoce a la burguesía como la primera clase dominante que es hija de sus propias obras, y le reconoce también la capacidad de liberar el impulso humano para el desarrollo, el cambio y la renovación de todas las formas de vida personal y social. Su secreto es que se ha ocultado a sí misma que es la clase dominante más violentamente destructiva de la historia. Marx ve el mundo moderno como mágico y milagroso, y también como demoníaco y aterrador.
    Lo interesante de los agudos señalamientos de Berman es la relación entre este insaciable burgués en perpetua creación y renovación de todas las esferas de la vida, con el Fausto de Goethe. A partir de aquí desarrolla su punto de vista: el marxismo se desintegrará inevitablemente en el aire porque, entre otras razones, las formas de comunidad surgidas de la industria capitalista no tienen por qué ser más sólidas que cualquier otro producto capitalista. Los conceptos de base del marxismo condenan el futuro comunista.
    Berman percibe una tensión entre la percepción crítica de Marx y sus esperanzas radicales. Su análisis bucea en la desnudez del Rey Lear de Shakespeare, en Montesquieu, en Rousseau, en Kierkegaard, Daniel Bell, Adorno, Octavio Paz, así como en los textos polémicos de Marcuse y Hanna Arendt, para profundizar y dar cuenta de la riqueza del pensamiento de Marx sobre la vida moderna. Como el autor afirma, acudió a él, no buscando respuestas, sino preguntas, ya que lo que Marx puede ofrecer no es tanto el camino para salir de las contradicciones de la vida moderna como el mejor camino para penetrar en ellas. La posición de Berman con respecto a Marx ha originado con Perry Anderson una viva controversia cuyas respectivas argumentaciones fueron incluidas en el volumen El debate Modernidad-Posmodernidad (1989).
     El tercer hito del siglo xix en el cual se detiene Berman es Baudelaire, por su originalidad y su valor como profeta y pionero al referirse a la modernidad. Su discurso se entremezcla con lo que él llamó escenas modernas primarias, porque son experiencias que surgen de la vida cotidiana del París de Haussmann, que adquiere así innumerables connotaciones. No sólo es la innovación urbanística más espectacular del siglo xix y el paso decisivo hacia la modernización de la ciudad tradicional, sino que pasa a ser un lugar donde “multitud de soledades” confluyen para transformarse en pueblo. El bulevar es un sitio político; se comparten experiencias y puede reunir fuerzas humanas explosivas; puede ser el lugar donde se comparte el placer, las diferencias o la novedosa experiencia de la velocidad.
    Como a Marshall Berman le complace no solamente encontrar escenarios y sujetos que le ayuden a articular su discurso sobre la modernidad, sino relacionarlos continuamente, no deja pasar por alto la coincidencia entre Marx y Baudelaire en uno de los temas centrales del arte y pensamiento modernos: la desacralización.
    Así como el bulevar Haussmann es el eje de la nueva experiencia urbana de París, cuando el autor se refiere a San Petersburgo –tomando la Rusia del siglo xix como arquetipo del incipiente Tercer Mundo del siglo xx–, la avenida Nevski es el símbolo del modernismo ruso de esa ciudad que surge un poco fantasmagóricamente como una irrealidad del mundo moderno. La literatura rusa que se desplegó en aquel tiempo con vuelo notable le dará acceso a los vericuetos psicológicos y a las vivencias del hombre cotidiano. Pushkin, Dostoievski, Gógol, Chernichevski, Mendelstam, nos introducen en las tribulaciones de la vida que afrontan los protagonistas de ese cambio. Esos choques, su imaginación y valentía, ofrecerán claves sobre los misterios de la vida política y espiritual de las ciudades del Tercer Mundo y podrán inspirar visiones de acciones e interacciones simbólicas que ayuden a los demás en su conducta personal y cívica.
    El modernismo en Nueva York será el emblema de la modernización del siglo xx. Las autopistas de Robert Moses, esa Grand Concourse que desangra el Bronx donde transcurrió la infancia de Marshall Berman, dan a su análisis el carácter de un conmovedor testimonio personal. Esa dramática ambivalencia de desarrollo y destrucción le hacen recordar a Dostoievski cuando advirtió repetidamente que la combinación de amor a la humanidad y odio a las personas reales era uno de los riesgos fatales de la política moderna.
    La postura ética de Berman lleva constantemente a detenerse en casos personales, como lo hace en el capítulo “Rostros en la multitud”, en su respuesta a Anderson, o cuando se cuestiona si no sería tal vez más fructífero, antes que preguntarse si la humanidad es todavía capaz de producir obras maestras y revoluciones, preguntarse si puede generar fuentes y espacios de significado, libertad, gozo, solidaridad. Por eso no sorprende su valoración de los artistas que pusieron la mirada en la vida cotidiana, en los objetos y desechos urbanos, en acciones y acontecimientos que enriquecerían la vida espontánea y abierta de las calles. Si The Death and Life of the Great American Cities de Jane Jacobs le parece un mensaje inmediato y próximo de la vida en las calles de la ciudad, una mirada femenina, un macrocosmos que remite a la diversidad y plenitud del mundo moderno en su conjunto de los años sesenta, la década siguiente, con su contracción del crecimiento, su movilidad reducida y sus energías decrecientes obligó a un repliegue reflexivo y a una nueva articulación operativa. Los modernismos de los años setenta se vieron obligados a recuperar y extraer vitalidad de su memoria del pasado. Rumstick Road, de Gray y James Bierman, tiene para Berman el carácter distintivo de los añossetenta por la forma en que utiliza el trabajo grupal y las formas artísticas plurales para explorar las profundidades de la vida individual.
    La indagación apasionada y plena de esperanza de Berman avanza detectando elementos positivos que puedan suscitar nuevos equilibrios dentro de la vorágine modernista, nuevos diálogos con el presente y con el pasado, nuevas orientaciones de la energía hacia un mundo de dignidad, belleza y significado.

Nelly Perazzo


Bibliografía:  

The Politics of authenticity, 1970.
All that is solid melts into Air. The Experience of Modernity, 1982 (trad. esp., Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, 1988).

1 comentario:

  1. Link al texto "Todo lo sólido se desvanece en el aire:

    https://antroporecursos.files.wordpress.com/2009/03/berman-m-1982-todo-lo-solido-se-desvanece-en-el-aire-la-experiencia-de-la-modernidad.pdf

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